Con el diario del lunes en la mano y los resultados a la vista, todos somos muy inteligentes y podemos criticar, con fundamento, cualquier cosa. Sin embargo, no es este el caso del fallo adverso a Uruguay de la Corte Internaconal de Justicia (CIJ) de La Haya. Porque había datos que no se explicaron suficientemente con anterioridad y que, de haber sido conocidos, hubiesen dado pie para vaticinar una sentencia contraria a los intereses del país.
En efecto, es por el texto del fallo que todos nos enteramos que Uruguay pidió medidas cautelares contra los cortes de los puentes porque ellos buscan impedir la construcción de la fábrica de Botnia. Con toda razón, la CIJ dijo que la planta sigue levantándose sin ningún impedimento y que, entonces, no cabe acceder a la demanda.
No se entiende por qué el pedido se basó en la oposición argentina a la construcción de la fábrica, y no en los perjuicios económicos -al turismo y a los transportes de personas y bienes- y en la violación a los derechos humanos que significa impedir el libre tránsito. Seguramente, con estos fundamentos, se hubiese podido aportar a la CIJ testimonios y documentación de instituciones empresariales y gremiales perjudicadas por los cortes, del transporte y del turismo, de Uruguay, Brasil, Chile y Paraguay y, quizás, hasta de Argentina.
También se sabe ahora que un internacionalista de prestigio como Edison González Lapeyre, con muchos años al servicio de la política exterior uruguaya y de la docencia en la Facultad de Derecho, había renunciado al grupo asesor del Ministerio de Relaciones Exteriores en este tema por dos razones: porque no fue consultado en torno a la pertinencia de la demanda, y sólo se le comunicó que ella se presentaría, y porque en base a la habitual renuencia de la CIJ para aceptar medidas cautelares previó un resultado negativo.
En fin, el episodio de La Haya es otro caso más que muestra lo errático y contradictorio de nuestra política exterior, que parece construida a martillazos y con enojos, en lugar de ser tejida con sutileza, inteligencia y profesionalidad.
Los ejemplos en este sentido se suceden. Tras la última cumbre del Mercosur, para Reinaldo Gargano ésta fue de "mucha trascendencia", pero Tabaré Vázquez estimó que no tuvo resultados positivos. No parece que estuviéramos hablando de un presidente y de un ministro de un mismo gobierno.
Mientras escribo, se está firmando el TIFA con Estados Unidos. No entro a opinar si el tratado será positivo o negativo para Uruguay, porque ese es otro problema. Pero sí me merece una opinión adversa que el canciller exprese sus reticencias al acuerdo no concurriendo al acto. Ningún gobierno serio soporta que sus miembros caminen en direcciones opuestas y que dejen en evidencia sus discrepancias. Lo único que cabe, ante la acumulación de diferencias, es la renuncia o el cese del ministro. Porque el espectáculo que brinda la política exterior uruguaya es patético.
Hasta la próxima.
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