Los más grandes y más ricos del Mercosur no entienden la esencia de la integración, o no quieren entenderla. Cuando días atrás Danilo Astori y Reinaldo Gargano criticaron a Argentina y Brasil por decidir casi todos los temas sin consultar a los socios menores, la respuesta fue un acuerdo que estableció un sistema de pagos para el comecio entre ambos países que deja de lado el dólar. A Paraguay y Uruguay no se los consultó ni siquiera por cortesía.
En este juego de decisiones bi o unilaterales, absolutamente ajenas al espíritu integracionista, le tocó mover al nuevo miembro del bloque: Venezuela. El gobierno de Hugo Chávez es, sin duda, el que más entusiasmo pone en darle al Mercosur un contenido político que implica un creciente enfrentamiento con Estados Unidos. Pero en este plano ha adoptado, unilateralmente y sin consulta, una decisión que compromete a todo el bloque: tejer una alianza estratégica -política, económica y cultural- con Irán. Chávez dio un paso más al oficiar de intermediario y presentador entre Mahmud Ahmadineyad, presidente del país asiático, y los nuevos gobiernos de Nicargaua y Ecuador.
Que quede claro: no es el momento de abrir juicio en torno al presidente iraní y su república islámica. Aunque Ahmadineyad y su gobierno no fuesen internacionalmente controvertidos, aunque no formasen parte del "eje del mal" inventado por Bush, aunque no estuviesen implicados en la explosiva situación de Medio Oriente, igualmente Chávez debió consultar a sus socios. Se trata de una cuestión de formas, de respeto a los compañeros de ruta, sobre todo si se piensa que Chávez es de los que creen que el Mercosur debe ser un proyecto político, y no sólo un instrumento comercial. Y ese proyecto, si se acepta, debe ser hecho entre todos y no desde una oficina en Caracas.
Lo quiera o no el presidente de Venezuela, su actitud conlleva el grave riesgo de traer a América Latina el conflicto de Oriente Medio. Y lo que es peor, ese conflicto llegaría a través de la asociación con un país que no sólo está en la mira de Estados Unidos, sino también en las de la Unión Europea, Rusia y China, como lo demostró una reciente y unánime resolución del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas.
Irán nos sirve comercialmente (los arroceros uruguayos de esto saben bastante), pero los lazos políticos con su régimen son otra cosa y pueden tener graves consecuencias. Consecuencias que van bastante más allá del enojo que pueda sentir George W. Bush.
Hasta la próxima.
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