miércoles, 30 de mayo de 2007

Los pobres árboles de Montevideo


Desde un avión o desde un edificio alto, Montevideo ofrece un magnífico espectáculo gracias a la cantidad de árboles que bordean sus calles y a las diferentes especies que brindan sombra en plazas y parques. Los tonos del verde en verano y los del amarillo en otoño ofrecen un paisaje que pocas veces se ve en ciudades de clima templado. Sin embargo, cada tanto aparecen en la prensa noticias acerca de la importante cifra de árboles que se pierden año a año, y que deben ser repuestos.
Lo lógico sería que los árboles se sequen por enfermedades imprevistas o porque cumpieron su ciclo vital. Pero esa no es la única causa de la muerte de los árboles montevideanos. Muchos de ellos son víctimas de la acción directa del hombre.
En efecto, a pesar de que está prohibido por el daño que provocan los clavos, muchos pequeños empresarios usan los árboles para publicitar sus actividades: profesores particulares, plomeros, albañiles, deshollinadores, vendedores de leña, inmobiliarias, gimnasios y hasta sectas religiosas buscan clientes por esta vía.
Esto ocurre por la falta de controles y de sanciones a los infractores. Pocas veces una violación de la normativa municipal es tan fácil de reprimir y de impedir su reiteración. Los culpables dejan su identidad a través de teléfonos y direcciones. A los funcionarios municipales encargados de cuidar los árboles les bastaría con seguir la pista a esos datos para aplicar las multas correspondientes y enviar la necesaria señal de que los árboles no fueron plantados para fijar publicidad en ellos y de que deben ser preservados.
Pero ya se sabe: este es un país lleno de normas que no se cumplen, sobre todo porque las autoridades no controlan ni sancionan. Mirar los árboles, pararse algunos minutos en una esquina con semáforos o ver los carritos manejados por niños, en pleno centro de la ciudad, alcanza para comprobarlo. Queda la esperanza de que algún día esto cambiará.
Hasta la próxima.

martes, 29 de mayo de 2007

Montevideo, qué feo te veo

Miguel Ángel y Rodríguez Castelao. Hasta las tapas le robaron a este contenedor, que tiene un basural a su costado
Avenida Italia y Comercio: los peatones deben bajar a la calle para pasar

La semana pasada, cuando el intendente de Montevideo, Ricardo Ehrlich, anunció algunos cambios en su gabinete dijo que con ellos se buscaba aumentar la participación de los vecinos en la gestión municipal. No está mal la participación ciudadana, pero todo tiene sus límites en una democracia que, no lo olvidemos, es representativa. Los gobernantes nos representan para aplicar el programa que les dio el triunfo electoral. Ante cada tema se estila consultar a los sectores interesados, pero eso se hace en las comisiones de las cámaras y de las juntas departamentales, en trámites que no suelen ser largos.
Esos trámites no impiden que se tomen decisiones que muchas veces están referidas a la ejecución de normas vigentes y a tareas de control. Por ejemplo, controlar las calles para evitar que se destrocen los contenedores de la basura o que sus entornos sean convertidos en vedaderos basurales en los que vecinos desaprensivos o inadaptados arrojan restos de poda y escombros, en tanto los hurgadores rompen las bolsas y desparraman sus contenidos, a pesar de que saben que lo que les será útil está en las bolsas naranja. Las fotos adjuntas hablan por sí solas, y una de ellas corresponde a un punto neurálgico de avenida Italia.
La gestión comunal capitalina tiene numerosos puntos a favor, pero en el ánimo de los montevideanos pesan mucho los negativos, porque están referidos a asuntos esencialmente municipales que hacen a la vida de todos los días: la basura -cuya recolección no termina de resolverse-, la siempre postergada reforma del transporte, el caos del tránsito al que nadie intenta ordenar (los inspectores sólo se ocupan de la patente), y la tristeza que ofrece la ciudad de noche por la mala iluminación, entre otros temas que no requieren la participación de la gente para resolverse. Alcanza con controlar el cumplimiento de las normas y que los funcionarios municipales hagan lo que deben hacer.
Hasta la próxima

viernes, 11 de mayo de 2007

Cuando la televisión es una basura

Las declaraciones de Jorge Denevi, director de la Comedia Nacional, respecto a algunos programas que se emiten en canales privados, han levantado una gran polémica. Dijo Denevi en Radio Sarandí: "Lo lamentable es que se pone gente que no vale un pepino como los que aparecen en el programa de Tinelli. Lo peor es que se permita esto en Montevideo. Yo no soy gobernante, no tengo la menor idea. Yo no puedo decirlo pero yo no lo permitiría. Yo creo en la censura. Creo que hay cosas que no deben admitirse".
Son por cierto declaraciones infelices que, conociendo la trayectoria de Denevi, permiten suponer que, quizás, no se ajusten a su real pensamiento y son fruto de la improvisación del momento. Pero ellas reflejan la preocupación de mucha gente en torno a los programas "basura" que ofrece la televisión privada capitalina.
¿Qué hacer ante porquerías como los programas de Tinelli, Gran hermano y otros en los que imperan la grosería, la chabacanería y hasta la violación de los derechos humanos al presentar como verdaderos idiotas a algunos participantes? La censura no es, de ninguna manera, la mejor solución. ¿Quién cenura? ¿Y quién censura o controla a los censores?
Me gusta la idea expresada por Carlos Maggi en la tertulia de El Espectador, relativa a crear una pequeña comisión de intelectuales y artistas que determine qué programas merecen ser estimulados, por ejemplo con exoneraciones impositivas, y cuáles deberían pagar altas sumas para ser emitidos. Además, determinando en qué horario pueden ser difundidos.
El Estado controla (o por mandato legal debería hacerlo) la calidad de los alimentos, de los medicamentos, de las prestaciones de las mutualitas y de los servicios de transporte, entre otras actividades que están sujetas a regulaciones en beneficio del público. ¿Por qué las manifestaciones culturales escapan a todo control?
La libertad de expresión (que obviamente debe protegerse y defenderse) es la principal cortapisa a la hora de abordar este tema. Pero hay algunos elementos que se olvidan.
Las empresas que emiten programas "basura" usan ondas que son públicas, del Estado, de todos nosotros. Entonces, debería exigírseles un mínimo de responsabilidad. Pueden hacer un negocio razonable con esas ondas públicas, pero no pueden idiotizar a la gente con enlatados de pésima calidad para aumentar desmesuradamente sus ganancias. Si usan ondas que son del Estado, se les puede exigir un mínimo de responsabilidad social, de compromiso con ciertos valores cultuales y con los artistas y creadores nacionales. Si quieren emitir programas chabacanos y en los que la dignidad humana importa poco, que lo hagan pero en horarios que no afecten a niños y jóvenes y pagando altos impuestos que pueden destinarse, por ejemplo, a fomentar las manifestaciones artísticas uruguayas.
En tiempos de globalización y desculturización, la "caja boba" que funciona con ondas que son de todos no puede quedar al arbitrio de empresarios que sólo buscan optimizar sus ganancias de cualquier manera. Deberían existir exigencias en defensa de los valores culturales. Y a quien no acepte ese mínimo que se le retire la concesión de la onda y se llame a licitación para otorgársela a otro, sobre la base de que deben cumplirse determinados parámetros de calidad.
Quizás sea la forma de empezar a revertir décadas de concesiones de ondas realizadas con criterios de amiguismo político.
Hasta la próxima.

miércoles, 9 de mayo de 2007

Un espacio vacío y muy apetecible (3)

La falta de mano de obra calificada se está transformando en un problema serio para varios sectores productivos. La emigración, por un lado, y la falta de respuestas adecuadas de la enseñanza técnica pública a las nuevas realidades laborales, por otro, conspiran contra las posibilidades que se han abierto en los últimos años.
Es necesario un esfuerzo para recuperar la mano de obra que está fuera del país, y el llamado Departamento 20 de la Cancillería debería asumir un papel activo en esta materia, trascendiendo el anodino papel que cumple hasta ahora y que se limita a aspectos administrativos en un 90% de los casos. Es urgente que ese Departamento 20, el Ministerio de Industria, Energía y Minería y las empresas coordinen para conocer las necesidades presentes y las previstas de mano de obra, para que las embajadas y los consulados en el exterior informen a los compatriotas sobre las posibilidades laborales existentes en el país.
Si es difícil irse, también lo es volver si en otro lugar se encuentran condiciones de vida digna. Pero el uruguayo es un bicho volvedor y nostálgico, y si se le ofrecen buenas posibilidades para él y su familia sin duda pensará la eventualidad de retornar.
Para eso, habrá que facilitar la vuelta, permitiéndo que se traigan todos los enseres y maquinarias que contribuyen a un buen pasar en el exterior, como a medias ocurre ahora, pero sin que los servicios aduaneros y portuarios cobren los disparates que cobran. Sé, por experiencia propia y repetida, lo que cuesta en dinero traer los efectos personales: el puerto y la aduana llegan a cobrar más que el costo del flete marítimo.
Además, las miles de casas vacías que hay en el país (ver nota anterior) también pueden servir para quienes vuelvan al país mediante planes adecuados.
La necesidad de poblar el país y de planificar en esta materia a largo plazo tiene otra herramienta muy útil en la inmigración. Millones de latinoamericanos, asiáticos y africanos buscan mejor vida en los países desarrollados, donde pocas veces pueden cumplir sus sueños. Muchas veces (lo he visto en Europa) gente preparada termina haciendo trabajos mal pagados y que nada tienen que ver con la capacidad adquirida en el país de origen. ¿Por qué no diseñar una política inmigratoria que privilegie a jóvenes con las habilidades y los conocimientos que el país necesita?
Sin olvidar, claro está, a los jóvenes que aún no se han ido. En este sentido, es imprescindible que la UTU y la Universidad de la República se pongan las pilas, como ya lo están haciendo instituciones privadas, y ofrezcan cursos relacionados con las nuevas realidades laborales.
Si no transitamos por estos caminos, Uruguay, como hemos visto en esta serie de artículos, continuará siendo un espacio vacío, con muchos viejos, y muy apetecible y fácil de ocupar, ya sea por una potencia extranjera o por las olas migratorias que, por ahora, sólo llegan a los países desarrollados.
Hasta la próxima.

martes, 8 de mayo de 2007

Un espacio vacío y muy apetecible (2)

Si gobernar es poblar, como escribió Juan Bautista Alberdi en 1853, hace muchas décadas que en este país no hay gobierno. Somos un país con cada vez más viejos que jóvenes, y muy poco se hace para retener a éstos, que continúan yéndose al exterior. Como tampoco nada se hace para fomentar la natalidad. Con el agravante de que la pequeña fuerza reproductiva del país radica fundamentalmente en los sectores pobres e indigentes, en los que nace más del 50% de los nuevos uruguayitos. O sea, reproducimos la pobreza y agrandamos los cantegriles.
Cada pareja tiene el derecho a no tener hijos, si no los quiere, o a tener la cantidad que prefiera. Pero, respecto a la segunda posibilidad, ese derecho no cuenta con las condiciones para ser ejercido. Aun para quienes tengan trabajo, el tema habitacional es decisivo a la hora de planificar la familia. Tanto los escasos planes oficiales como las empresas constructoras privadas, cuando apuntan de la clase media hacia abajo, generalmente ofrecen viviendas con uno o dos dormitorios, la mayoría de las veces pequeños. Se actúa con un estricto criterio de mercado: como este es un país de viejos y los jóvenes tienen pocos hijos, o no los tienen, nadie asume el riesgo de levantar casas y apartamentos para quienes quieran tener una familia grande.
Entonces, aunque el país necesita desesperadamente niños -"para amanecer", como canta Viglietti- el sistema está hecho para parejas sin hijos, o con uno o dos, a lo sumo.
Mientras tanto, en Montevideo hay más de 40.000 casas vacías, destacando en este sentido barrios como Aguada, Cordón, Sur, Palermo y Parque Rodó, zonas de la capital que cuentan con todos los servicios. Sin embargo, el destino de quienes no pueden resolver el problema de la vivienda es el asentamiento periférico, en el que es necesario realizar grandes inversiones para dotarlo de agua, saneamiento, luz, teléfono, transporte, escuelas, etcétera.
En otros países -capitalistas y respetuosos de la propiedad privada- el escándalo que constituyen las casas vacías cuando parte de la población no tiene vivienda digna se impide por diferentes vías. La principal es la impositiva. No se permite que el derecho a la vivienda sea objeto de especulación, y sobre las vacías recaen muy abultados impuestos. De esta forma, especular es mal negocio y casas y apartamentos sin ocupar se alquilan o se venden.
Lo que ocurre en Montevideo se da igualmente en ciudades del interior, en las que también hay centenares de casas vacías. El gobierno y los municipios, entonces, tienen materia prima para trabajar sobre el problema de la vivienda, incluso sin la necesidad de planificar nuevas construcciones, que serán más caras que el reciclaje de las actualmente deshabitadas. Así, se matan dos pájaros de un tiro: se otorga el derecho a la vivienda digna a miles de compatriotas que no lo gozan, y se empieza a crear condiciones para que aumente la natalidad y dejemos de ser un país vacío y de viejos.
Hasta la próxima.

miércoles, 2 de mayo de 2007

¡Qué asco!

¡Qué flaco favor le hizo a su causa -la de la izquierda radical- el dirigente sindical de la salud y del 26 de Marzo Gustavo García! Transformar un accidente, en el que su esposa resulta herida, en un atentado político refleja no sólo una calenturienta imaginación, sino también un bajísimo o inexistente nivel ético. Lo terrible es que en su patraña embarcó al 26 de Marzo y al diario La Juventud, que hoy tituló su portada con un enorme "FACHOS" y tiró varios cañonazos contra el PIT-CNT, casi responsabilizando a la central sindical del supuesto atentado.
La taradez política y moral de una pareja, porque la mujer herida se prestó a la mentira, no puede generalizarse a todos los miembros del movimiento que integran. Pero éste y su medio periodístico revelaron una mezcla de inmadurez y paranoia al aceptar sin más, sin confirmar la veracidad de los hechos, la versión del delirante matrimonio.
Llama la atención esa capacidad para inventar una novela en el mismo momento que la bala hiere a la mujer, cuando lo lógico sería que toda la atención de García se volcase a atender a su compañera y a ingresarla en La Epañola, frente a cuyas puertas se le cae la mochila y se dispara el revólver que en ella llevaba guardado. Denota una mente enferma, irresponsable, para la cual el fin justifica cualquier medio: aunque ese medio sea su propia mujer herida, y herida por un descuido suyo.
El complejo de persecución lo hizo andar armado y su inmoralidad lo llevó a convertirse en víctima de un atentado y a declarar en varias radios, hoy de mañana, que era perseguido por fascistas, dando a entender que éstos pertenecían a la corriente sindical mayoritaria. Poco rato después, pasado el mediodía, al juez sólo le hacen falta unos pocos minutos para que el aguerrido y armado militante se desmorone y confiese que no hubo atentado, y que todo fue un invento con espuria finalidad política.
De todas formas, y más allá del caso particular, cabe reflexionar sobre la actuación de esos pequeños grupos, a contramano de todo, que forman la izquierda radical. Los estudiosos de los movimientos guerrilleros latinoamericanos de décadas atrás decían que la clandestinidad les quitaba capacidad de análisis y les deformaba la realidad. Por lo cual no siempre sus acciones alcanzaban el objetivo político que buscaban, en particular en lo referido a sus repercusiones en la población.
El recuerdo es pertinente ante las posiciones y acciones de esos grupúsculos radicales, que parecen vivir en otra realidad y llegan a comparar la situación actual del país con la época de la dictadura. Ahora no es la clandestinidad la que los engaña, sino la paranoia y delirios varios. Si su credibilidad ya estaba afectada, con el invento de Gustavo García y su mujer quedó por el piso.
Hasta la próxima.