martes, 7 de agosto de 2007

La gran farsa

Los políticos de todo el mundo y de todos los partidos viven en permanente campaña electoral. Es, quizás, uno de los mayores problemas de la democracia representativa: incluso aceptando la buena fe de todos los políticos, ellos creen que sus soluciones son las mejores y que para aplicarlas deben acceder al poder, si son oposición, o conservarlo si están en él. Y en esto gastan, permanentemente, la mitad de un tiempo que debería estar dedicado a gobernar o a hacer oposición constructiva.
Esta realidad determina que, para mantener y ganar votos, muy pocas veces se digan las verdades en su totalidad o que los debates se centren en la esencia de los problemas. En este sentido, los políticos dan la razón a la frase, que ahora no me acuerdo quién la escribió, que dice que "la historia es un baile de máscaras".
Esto viene a cuento por el tema del incremento de la inflación, por encima de las previsiones oficiales. Astori dice que los precios están controlados, Mujica se pone nervioso y arremete contra los carniceros y los medios de difusión, y la oposición le echa la culpa a la reforma tributaria y a toda la política económica. Pero nadie va a la esencia del problema, y mucho menos alguien se atreve a explicarla.
La oposición no lo hace porque le es mucho más fácil pegarle al gobierno y para eso despliega amplios recursos demagógicos. Además, decir toda la verdad, implica deslindar responsabilidades y ello favorecería al gobierno. El oficialismo tampoco explica la realidad porque generaría una gran inquietud pública y anunciaría un futuro difícil e incierto, y entonces prefiere remar contra la corriente a la espera de algo fortuito que cambie la direción del bote.
La verdad es que el mundo, y con él Uruguay, vive un momento de profundas transformaciones que hacen temblar hasta los cimientos a todo el sistema económico. Los crecimientos de la población y de la economía generan una cada vez mayor demanda de energía, justo cuando la era de los combustibles fósiles se acerca a su fin.
Ahí está la esencia del problema: la búsqueda de energías alternativas (más el enorme crecimiento de los dos países más poblados del mundo, China e India) ha llevado a las nubes el precio de las materias primas, entre ellas las de origen agrícola. Y esta no es una situación coyuntural, sino estructural. Los altos precios llegaron para quedarse, por lo menos durante varios años.
A Uruguay, los altos valores de sus productos exportables lo favorecen. Al igual que a todos los países agrícolas. En este plano, comienza una transferencia del poder económico y financiero desde las naciones petroleras a las capaces de desarrollar energías alternativas a través de la agricultura. Los que no tienen petróleo y sufren sus altos precios, como nosotros, pero tienen recursos agrícolas, comienzan a levantar cabeza. El problema será para los países que basaron su economía exclusivamente en el petróleo.
Pero esto tiene una contracara, que igualmente es estructural: los altos precios agrícolas también se trasladan al mercado inteno, y por eso aumentan la carne, la harina, el pan, la leche, el aceite, el maíz y todos los productos que vienen del campo.
Por ahora sólo se nota la suba de los precios, pero a la corta o a la larga aumentará la presión para adecuar los salarios a la nueva situación general. Porque las actuales formas de distribución del ingreso quedarán desfasadas. En este sentido, llama la atención que los planteos sindicales continúen centrándose en problemas sectoriales, sin desarrollar una visión global de la realidad.
Todas las estructuras económicas están crujiendo, y ya es hora que políticos, sindicatos y empresas agarren el toro por las guampas y expliquen a la gente los desafíos de esta época. Mientras no lo hagan, seguiremos en un baile de máscaras.
Hasta la próxima.

3 comentarios:

Cacho_vela_crush dijo...

léase y utilice este artículo para el 90% de los problemas uruguayos, de los ultimos 20 años, antes no se, no era nacido, pero debe haber sido igual.

Carlos López Matteo dijo...

Esencialmente era igual en lo que se refiere a que, aunque disfrazada, siempre vivíamos en campaña electoral, con todo lo de falso que ella implica. Pero te diría que hasta la mitad de la década de 1960 había una diferencia importante: los protagonistas, en todos los partidos, en el sindicalismo y en el periodismo eran de un nivel muy superior.Por ejemplo, no resisten la comparación Marina Arsmendi con su padre, Rodney, Larrañaga con Wilson, cualquier colorado de hoy con Luis Batlle, Rafael Michelini con su padre, Zelmar, Gargano con el doctor Cardozo o Vivian Trías; en el sindicalismo, Castillos con Héctor Rodríguez; y en el periodismo, cualquiera de los directores actuales de medios o de informativos con Carlos Quijano, Julio Castro u Omar de Feo, para mencionar todo el espectro político, de izquierda a derecha. Además, tenían otra grandeza: desde sus posiciones, en las bravas, anteponían el interés del país al partidista y, por supuesto, al personal.

Teukro dijo...

No podría concordar más con este comentario anterior ni si quisiera. Totalmente de acuerdo. Ha caído muchísimo el nivel de las figuras de nuestra sociedad, así como -aunque no por este único factor- nuestra sociedad también.