sábado, 25 de agosto de 2007

Una apuesta a la serenidad

Creo que vale la pena compartir esta columna, escrita por el embajador uruguayo en Argentina, Francisco Bustillo. Fue publicada el 24 de agosto en La Nación de Buenos Aires. Quizá sea uno de los aportes más equilibrados y valiosos que se hayan realizado en la búsqueda de una solución al conflicto con el país vecino.


Uruguay, un compromiso pasado y presente
Por Francisco Bustillo Bonasso Para LA NACION


El 25 de agosto de 1825 tuvo lugar, en la Piedra Alta de la Florida, un episodio único para el pueblo oriental: su independencia nacional. Independencia que empezó a construirse a comienzos del siglo XIX sobre la base de un proyecto político diferente del que finalmente tomó cuerpo y lugar; un proyecto de base federal, como lo concibió Artigas, pero que culminó, en cambio, con la materialización de una república soberana, separada de los lazos históricos que vinculaban a su territorio, sociedad y cultura con las Provincias Unidas del Plata. El surgimiento de una independencia de este tipo sorprendió a muchos en la región, aun cuando los orientales tuvieran, ya entonces, un fuerte sentimiento de identidad cultural que exigía su autonomía política.
La independencia lograda fue el resultado de un complejo proceso que no admite fáciles lecturas. Se trata de la culminación de un proyecto que comienza a gestarse aquí, en esta tierra argentina, cuando un puñado de hombres al mando del brigadier general Juan Antonio Lavalleja decide partir desde San Isidro y cruzar el Plata, para liberar a la Patria. Aquel proceso de base americanista y federal se reanudaba bajo la luz del ideario artiguista, pero el tiempo y los intereses en juego diseñaron para los territorios hermanos de la Argentina y Uruguay caminos diferentes en lo político, así como simbologías distintivas que parecían separar lo que una larga historia en común había forjado.
Debemos referirnos hoy a la historia que toma cuerpo en la memoria y en el corazón de los pueblos y no a la microhistoria, que es propia de la coyuntura. La Historia con mayúsculas es la que nos interesa para la comprensión del presente. Desde ella es necesario proyectarnos. Por eso es que deseamos destacar la importancia de la Independencia surgida en 1825, no como simple homenaje al pasado sino como reflexión acerca del presente que nos toca vivir.
Los últimos años se han presentado como un tiempo de dificultades y tropiezos. Pero cuando las diferencias resultan inocultables se hace imprescindible contextualizar los hechos en ese amplio marco del tiempo, que ha de entenderse como vital y necesario.
Si bien no deseamos centrar estas palabras sobre argumentaciones que pueden separarnos, tampoco queremos eludir la realidad y los problemas que podemos y debemos ayudar a resolver. Contamos con una herramienta fundamental, que es el valor fraterno y la actitud de comprensión que ha marcado a nuestros dos países, aun en los momentos más difíciles. Ello nos permite abordar con extrema seguridad y franqueza la divergencia que hoy tenemos.
En un marco histórico de relaciones tan estrechas, es claro que ambos países expresan sus más sinceros sentimientos y preocupaciones en torno de un problema que es tan ambiental como económico y social. Pero estas diferencias, siempre acotadas, porque su solución es posible dentro del entendimiento lógico y razonable, deben ubicarse dentro de la tradición de la hermandad histórica, que es bastante más trascendente que la coyuntura. Por otra parte, muchas y variadas son las dificultades que irán surgiendo en el futuro, en el marco de una necesaria e ineludible integración.
Pero integrarnos exige también madurar en las situaciones críticas y superar los obstáculos que imponen las circunstancias. Bastante hemos luchado y sufrido juntos a lo largo de los siglos XIX y XX, como hacedores de un destino común; largos y duros han sido los derroteros que transitamos juntos, tanto en relación con la región como con el área continental de América latina.
Con esta perspectiva, deberíamos superar las diferencias en torno del río Uruguay, teniendo presente ese amplio contexto y tradición que define la Historia, intentando la comprensión del otro, que es, en cierta forma, la comprensión de uno mismo.
Ya hemos recordado, en otras oportunidades, cómo la cultura se ha constituido en un espacio de construcción común para argentinos y uruguayos. También hemos mencionado, el 25 de agosto último, los nombres de aquellos que supieron ser hijos, a un mismo tiempo, de las dos repúblicas. Porque Juan Manuel Blanes y Esteban Echeverría son, precisamente, argentinos y uruguayos, al igual que Florencio Sánchez y Juan Carlos Onetti. Todos crearon sus obras en ambas orillas del Plata. La extraña Santa María de Onetti, ¿en qué territorio podría ubicase? ¿En nuestro departamento de Colonia o en la Mesopotamia argentina? ¿De dónde serán sus personajes, que sólo nos hablan de una psicología de la región? Es probable que esto lo sepamos "cuando ya no importe", como dijo el propio escritor.
Todos ellos supieron encontrar, cuando la coyuntura lo exigió, su espacio intelectual y creativo del otro lado del río donde habían nacido, posiblemente porque ambos lugares eran, sencillamente, lo mismo. De igual forma hemos recordado, y lo hacemos una vez más, el compromiso que para muchos argentinos significa la realidad uruguaya, así el de tantos uruguayos con el acontecer argentino. Nos permitimos, asimismo, recordar la actitud heroica del autor del Martín Fierro cuando no dudó en sumarse con su pluma y con su vida a la Defensa de Paysandú, cuando ésta fue bombardeada.
Todos estos nombres propios y reconocibles por la excelencia de su producción intelectual son, quizá, menos importante que aquellos otros seres anónimos que han buscado refugio en los tiempos duros de la persecución y la angustia económica. Porque ese trasiego humano sin nombre es el que mejor refleja a un tiempo los horrores vividos juntos y las necesidades compartidas. De esa experiencia común es que debemos aprender y nutrirnos para superar las dificultades del presente.
En el Uruguay, las diferencias que separan a Gualeguaychú de Fray Bentos se viven como un problema interno. Es el mismo doloroso desgarro que sienten los hermanos ante un conflicto familiar. Por ello es que estamos dispuestos a agotar todos los caminos posibles de entendimiento y a evitar la inmadura y equívoca exaltación del discurso y de la respuesta unívoca.
Nada hemos visto o percibido desde la lente jacobina que todo lo expone por contraste: blanco o negro, bueno o malo, verdadero o falso. Argentinos y uruguayos conocemos la paleta de los grises y bien sabemos que toda la verdad nunca se asentó en una sola de las orillas. La realidad de hoy nos exige a ambos pueblos apertura para el entendimiento y grandeza para respaldar la hermandad histórica.
Los diplomáticos podemos y debemos trabajar en este sentido y no en otro. Lejos del protagonismo, somos una herramienta para la paz; una herramienta anónima al servicio de los pueblos. Nuestra mejor labor será la que desarrollemos con precisión y en silencio, aportando capacidad y conocimiento en la resolución de nuestras diferencias y la construcción de nuestras coincidencias. Esa es nuestra responsabilidad.
Sólo así habremos cumplido con la Patria y con esta Argentina en la que hemos vivido tantos años y que tanto queremos. Sólo así: con firmeza, sin excesos. Celebremos entonces este nuevo aniversario de la independencia oriental con la alegría que corresponde y el compromiso que nos impone el momento.

Hasta la próxima.

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