El "nunca más", asociado a reconciliación, y por lo tanto a perdón, difícilmente pueda tener una dimensión social hasta que, como dice José Mujica, todos los actores y las víctimas de aquellos nefastas décadas de 1960, 1970 y 1980 hayan muerto. O hasta que, con la sucesión de las generaciones, esos años no los haya vivido ningún habitante del país y sólo sean historia. Porque, en gran medida, la reconciliación, en este caso, depende más de los sentimientos de cada uno que de una imposible unanimidad colectiva. Por eso son inútiles las leyes, las declaraciones y los decretos al respecto.
De todas formas, quizá sea posible conseguir algo significativo e importante antes de que desaparezcan todos los actores, las víctimas y los testigos de esa época. Todos esos actores, salvo las Fuerzas Armadas y los civiles que integraron los gobiernos de la dictadura (y en ella incluyo al autoritario régimen de Pacheco Areco, que fue el primer gran violador de la Constitución), con diversos grados de profundidad hicieron sus autocríticas y se reintegraron al sistema democrático representativo.
Pero las Fuerzas Armadas, no. Por el contrario, cada tanto surgen pronunciamientos reivindicando su accionar durante aquellos años, tanto de militares retirados como en actividad. Creo que no cabe exigirles a los actuales comandantes que pidan perdón a la sociedad por las atrocidades cometidas por los militares que entonces estaban al mando. El perdón se pide individualmente, es un acto personal. El actual comandante del Ejército, Jorge Rosales, ingresó a la Escuela Militar en 1971 y se convirtió en oficial en 1974, cuando el golpe de estado ya había sido dado. Nada tuvo que ver, entonces, con la implantación de la dictadura, y no ha sido acusado de torturador. Demos por bueno que no lo fue, a pesar de que la tortura fue usada metódica y sistemáticamente por toda la institución durante esos años.
Entonces, no corresponde exigirle a Rosales que pida perdón. Pero sí es legítimo reclamarle un reconocimiento expreso de que la institución que hoy comanda violó la Constitución, tomó por asalto el poder junto con Bordaberry, torturó, asesinó, hizo desaparecer gente e implantó un régimen cuya principal herramienta fue el terrorismo de Estado. Cabe demandarle al Ejército de hoy (y a la Armada y a la Fuerza Aérea también) un gesto como el que tuvo en 1995 el entonces jefe del Ejército argentino, general Martín Balza.
Mientras los militares no reconozcan eso y no prometan que no volverán a usar las armas contra la democracia y contra el pueblo uruguayo, es imposible el nunca más. Al menos mientras sigan vivos los actores, las víctimas y los testigos. Y por eso a mí se me seguirá erizando la piel cada vez que vea un uniforme militar.
Hasta la póxima.
2 comentarios:
No puedo estar más de acuerdo, una lástima que casi todo sea una farsa manejada por los medios y nos quedemos así, con las manos vacias siempre...
Un poquito de optimismo. Tiempo al tiempo, que todo se andará.
Publicar un comentario