Con luces y sombras, el primer gobierno de izquierda en Uruguay llegó a la mitad de su período. Ha tenido a su favor dos factores muy importantes que le permiten mantener una alta popularidad: una economía internacional con altos índices de crecimiento, que repercute positivamente en el país, y una oposición incapaz de ofrecer una alternativa seria. Respecto al primer punto, el buen desempeño económico ha sido acompañado por una política prudente que construye un escudo para el caso de que el ciclo favorable se termine. El aumento del gasto, tan criticado por la oposición, se basa en el buen desempeño de la economía y apunta a resolver graves e impostergables problemas sociales (que el intento sea eficaz es otro tema) y a rejuvenecer el aparato estatal (que eso se esté haciendo bien, también es otro asunto).
Los intentos de reformas (tributaria, de la salud, de la educación, del Estado) chocan contra las diferencias internas que se dan en el Frente Amplio y contra los corporativismos que tanto mal le hacen al país. En estos días, los principales exponentes de los corporativismos son los médicos y los empleados públicos (los guardahilos de ANTEL, las frecuentes asonadas de ADEOM contra el mismísimo despacho del intendente).
Pero a la hora de hacer un balance (mi balance) de estos 30 meses me viene a la memoria un viejo eslogan frenteamplista: "Hermano, no te vayas. Ha nacido una esperanza". ¿Dónde está hoy esa esperanza? Los jóvenes se siguen yendo. Casi todos los días, en la calle y en los ómnibus, oigo a muchachos cuyas conversaciones giran en torno a la conveniencia, o no, de irse del país. Ha caído la desocupación y ha disminuido la pobreza, pero eso no revierte, al menos todavía, una sensación de estancamiento, de cotidianeidad muy difícil y de falta de perspectivas.
Falta de perspectivas como sociedad y como nación. No se avizora un horizonte. Y, para mí, esta es la gran falla de este gobierno. No definir qué país queremos y cómo lo lograremos. No fijarse metas y mucho menos, es obvio, evaluar cómo nos acercamos a ellas. Entonces, todo es grisura, mediocridad y tristeza. Justo en un gobierno del que cabía esperar una explosión de ideas de todos los colores, otra con acciones y soluciones brillantes -dignas de la intelectualidad que lo acompaña- y una última que transmita la alegría de la construcción bien hecha y la certeza de un camino.
Quedan dos años y medio que, lamentablemente, estarán muy influidos por la campaña electoral. Pero aún hay posibilidades de rectificar y de definir en cuánto tiempo y cómo terminaremos con la pobreza y la marginación, cómo y para qué queremos formar a la niñez y a la juventud, en cuánto tiempo se podrá retornar a una buena educación pública, cuántos años para, por lo menos, duplicar la población de este país vacío y de viejos, y cómo nos ubicamos, desde nuestra pequeñez, en un mundo globalizado y tan interdependiente.
Para marcar esos rumbos se necesitan políticas de Estado que trascienden un período de gobierno, pero que dan esperanza porque dejan ver un horizonte. Y en este punto, el gobierno ha fallado. El viejo Frente Amplio, o buena parte de él, ha virado hacia el centro. Ese giro, que no critico porque lo considero realista e inevitable en estas circunstancias históricas, debería ser aprovechado para intentar acuerdos con otras fuerzas y determinar objetivos a alcanzar, sea cual fuese el partido de gobierno. Pero la actual administración, quizá porque está convencida que mantendrá el poder en 2009, no hace esa convocatoria que es indispensable. Y la oposición tampoco da ese paso. La mediocridad debería dejar lugar a la grandeza.
Hasta la próxima.